Regresó la imagen fría; de nueva cuenta cometí un error. ¿Te has sentado a disfrutar del viento helado sobre tu casa? al menos ahora vuelvo a escribir. Todo pasa y me hago diminuta, lo único que buscaba era una salida, pero no ésta.
Continúa ese mi monólogo interior con la excepción de que no, ahora no sé donde colocar los puntos y las comas, perdí el sentido, perdí el orden. Todo permanece alineado bajo el polvo estelar menos yo. Sin señales, sin idea alguna de dónde empieza o cómo termina la historia.
Quizá me perdí en otro tiempo, cuando la tierra aún era caliente y el espacio aún no había sido descubierto por el hombre, momento ahí. No había hombres. Por el momento quiero sentarme a leer un poco de ciencia ficción, quizá un poco de Lois McMaster y sus “Fronteras en el infinito”, y entonces perderme entre aventuras espaciales. Regresar a mi estado etéreo…
Tan tan- tan tan-tan tan mi cabeza está a punto de explotar, siento esa presión condesada en las venas de mi cara, ¿o arterias?, ¿cuál es la palabra correcta? No importa, no pasa nada si no uso el término adecuado; después de todo es mi monólogo. ¿Cierto? Yo decido dónde acaba y dónde termina. Entonces a cabo de resolver aquello del fin de la historia, yo lo decido. ¿Cuánto tiempo tuve que esperar para darme cuenta qué? Yo decido el clímax y el desenlace. Yo creo y recreo a los personajes o los desaparezco da igual.
Para entonces, quiero decir para ahora ya no quiero leer más sobre ciencia ficción prefiero a Kant o a Heidegger, sí sentarme un segundo a su lado y que me cuente sobre el Ser y el tiempo o por qué no, debatir con Merleau Ponly sobre la verdad absoluta, y desvariarnos, posicionar nuestro pensamiento como en el limbo.
Hoy mis zapatos altos lucía hermosos y yo encantadora sobre ellos y montaba reacciones y desdibujaba sonrisas y le aplaudía a los vagos que caminan con sus perros vagos y su cabello enmarañado como el mío, como la grieta de la pared de mi sala, como el destello de tus ojos que ante todo me aman, como los dragones que se forman con las nubes. Como los sentimientos en neblina, tal como yo borrosa y oxidada. De historias ambiguas, de lo que llevo pensando en cincuenta minutos, bajo la luz blanca de una pared blanca, que se fusiona con el verde. Con mariposas, máscaras y gatos que no maúllan, que no mueven su cola como seduciendo extraños, que no ronronean después de suaves caricias. Que acallan mi monólogo, que quiebran el hilo conductor de mi historia y me incitan a un plano desenlace.
Continúa ese mi monólogo interior con la excepción de que no, ahora no sé donde colocar los puntos y las comas, perdí el sentido, perdí el orden. Todo permanece alineado bajo el polvo estelar menos yo. Sin señales, sin idea alguna de dónde empieza o cómo termina la historia.
Quizá me perdí en otro tiempo, cuando la tierra aún era caliente y el espacio aún no había sido descubierto por el hombre, momento ahí. No había hombres. Por el momento quiero sentarme a leer un poco de ciencia ficción, quizá un poco de Lois McMaster y sus “Fronteras en el infinito”, y entonces perderme entre aventuras espaciales. Regresar a mi estado etéreo…
Tan tan- tan tan-tan tan mi cabeza está a punto de explotar, siento esa presión condesada en las venas de mi cara, ¿o arterias?, ¿cuál es la palabra correcta? No importa, no pasa nada si no uso el término adecuado; después de todo es mi monólogo. ¿Cierto? Yo decido dónde acaba y dónde termina. Entonces a cabo de resolver aquello del fin de la historia, yo lo decido. ¿Cuánto tiempo tuve que esperar para darme cuenta qué? Yo decido el clímax y el desenlace. Yo creo y recreo a los personajes o los desaparezco da igual.
Para entonces, quiero decir para ahora ya no quiero leer más sobre ciencia ficción prefiero a Kant o a Heidegger, sí sentarme un segundo a su lado y que me cuente sobre el Ser y el tiempo o por qué no, debatir con Merleau Ponly sobre la verdad absoluta, y desvariarnos, posicionar nuestro pensamiento como en el limbo.
Hoy mis zapatos altos lucía hermosos y yo encantadora sobre ellos y montaba reacciones y desdibujaba sonrisas y le aplaudía a los vagos que caminan con sus perros vagos y su cabello enmarañado como el mío, como la grieta de la pared de mi sala, como el destello de tus ojos que ante todo me aman, como los dragones que se forman con las nubes. Como los sentimientos en neblina, tal como yo borrosa y oxidada. De historias ambiguas, de lo que llevo pensando en cincuenta minutos, bajo la luz blanca de una pared blanca, que se fusiona con el verde. Con mariposas, máscaras y gatos que no maúllan, que no mueven su cola como seduciendo extraños, que no ronronean después de suaves caricias. Que acallan mi monólogo, que quiebran el hilo conductor de mi historia y me incitan a un plano desenlace.