Aquella
tarde la piel bronceada de Makina leyó mi código maya, juntas nos sentamos a
observar la fuente mientras sus manos dibujaban la luz que según ella Dios le
había otorgado; me contaba sobre Pakal y Orión, me decía que mi vida estaba
vinculada con Perú, que probablemente algo me uniría a ese lugar, de la misma forma
en que un día Dios me había hecho caer desde el otro lado del agujero negro.
Makina
dice que soy especial, un tanto lúgubre, dice que vengo desde un sitio muy
cercano a Él, y que por alguna razón aún desconocida, caí en este mundo.
Mientras ella hablaba, la saliva resbalaba ligeramente por la comisura derecha de sus labios, tenía un olor extraño, no su saliva, ella. Ojos gatunos color miel, labios delgados, nariz pequeña, un cabello lacio y corto con un pequeño copete que le cubría el ojo derecho, mientras que el izquierdo era imposible no mirarlo, cuando bajo éste se encontraba un hermoso lunar que la hacía lucir más extraña, pero también más encantadora.
Makina no se detenía, hablaba, hablaba y hablaba; ni si quiera los 9 años que llevaba viviendo en México habían logrado que Makina disminuyera su acento francés. Por momentos, sobre todo cuando sonreía, me recordaba a Fany. Sí, esa mujer francesa que conocí justo un mes antes de que regresara a su país. Por su puesto que salió de esta tierra huyendo del amor, del desamor. Aunque para ser francos Fany parecía no pertenecer a ningún lado, sus travesías por centro y Sudamérica, la convertían en una exiliada.
Mientras ella hablaba, la saliva resbalaba ligeramente por la comisura derecha de sus labios, tenía un olor extraño, no su saliva, ella. Ojos gatunos color miel, labios delgados, nariz pequeña, un cabello lacio y corto con un pequeño copete que le cubría el ojo derecho, mientras que el izquierdo era imposible no mirarlo, cuando bajo éste se encontraba un hermoso lunar que la hacía lucir más extraña, pero también más encantadora.
Makina no se detenía, hablaba, hablaba y hablaba; ni si quiera los 9 años que llevaba viviendo en México habían logrado que Makina disminuyera su acento francés. Por momentos, sobre todo cuando sonreía, me recordaba a Fany. Sí, esa mujer francesa que conocí justo un mes antes de que regresara a su país. Por su puesto que salió de esta tierra huyendo del amor, del desamor. Aunque para ser francos Fany parecía no pertenecer a ningún lado, sus travesías por centro y Sudamérica, la convertían en una exiliada.
Es verdad que todas las razas tenemos una característica que nos hace únicas, los franceses son así, ¡chistosos¡ Quizá el hecho de que me recordara a Fany, me había dado pauta para platicar cerca de una hora con ella, aunque más que una conversación parecía un monólogo. Una de esas lecturas del tarot a la que siempre había querido ir, pero no lo hacía por vergüenza, ya sabes la pena de que alguien te vea saliendo de uno de esos consultorios esotéricos.
- Para hallar a tu pareja ideal, debes cerrar ciclos, todos los ciclos que hayas dejado abiertos en algún punto de tu vida, debes cerrarlos; incluso debes abrir esas puertas que tanto te atemorizan y limpiar las cosas que no te han permitido avanzar. Y espera, por acá tus últimos dos sueños me dicen que estuviste muy ligada a Santa Ana, también a Juárez, debes descubrir quién eras en esa época, quién estaba cerca de ti y averiguar que te hizo tanto daño, como para que en tu presente y en tu ahora, te siga haciendo ruido. Cuando lo descubras, abre la puerta, límpiala y ciérrala para siempre, pídele a Dios que te dé fuerza, dile que te ayude, rencuéntrate con él.
Esa
charla había comenzado conmigo pintándome las uñas de la mano izquierda y había
terminado justo en el momento en que le daba el último brochazo a la uña del
pie derecho. Mi ciclo con Makina estaba cerrado, probablemente nunca más la
volvería a ver. Ella quería tomar sus cosas y marcharse hacia el volcán, lo que
Makina no sabía es que el Popocatépetl estaba a punto de hacer erupción.
Antes
de irme la miré fijamente a los ojos y le agradecí por la lectura del código,
pero como lo esperé desde un principio, la cosa no paró ahí. – Bueno pues
muchas gracias, mucha suerte con lo de tu trabajo, espero te paguen, le dije
amablemente.
-También
tú, mucha suerte en tu entrevista, pero cómo me dijiste que te llamabas, -Ah
sí, Isabel ¿y tú? Makina, mi nombre es Makina.
-No
te creo, ese no es un nombre francés, le dije mirándola con cara de ¡para de
mentirme! A lo que respondió – En verdad ese es mi nombre, mi papá era árabe. –Pues
qué nombre tan encantador le dije y cuando estaba a punto de dar el primer paso
para marcharme a casa, me pregunto – ¿Te vas a casa caminando? , sí por qué le
respondí –Será qué en el camino me puedas dar algo de comer, no he comido nada
desde la mañana.
-Mira
por qué mejor no hacemos esto, le dije… sí un poco enojada, convencida de que,
desde un principio lo único que Makina buscaba era dinero. Aunque había sido lo
suficientemente hábil como para hacerle saber que no podría darle ni un peso,
pues llevaba días sin empleo.
…
Voy a casa, busco algo de comer y regreso, no tardo, en verdad que no tardo,
qué te parece, le pregunté, ¿me esperas? – Sin poder decir más, asintió.
Corrí
a casa y busqué en la alacena, estaba vacía.
Recordé que una noche antes habíamos comprado un poco de botana, que por
cierto no nos habíamos terminado. Y con la pena de regresar con las manos
vacías, tomé una bolsa de papás y caminé hacia la fuente.
Le
entregue la bolsa, le ofrecí disculpas por no poder compartirle algo más
saludable y me fui, sin mirar atrás.
Una
semana después mientras caminaba frente a La Prensa me detuve a curiosear en
los periódicos, naturalmente pura nota roja, el titular era claro: Intenta salvar a un perro y muere arrollada. La imagen
también era clara, la mujer de la fotografía, no podía ser otra que Makina.