Y es que tus ojos como de fuego antes de si quiera tocarme ya me poseían, me penetraban entre trazos y bocetos de un cielo que jamás conocería. Arrebatos entre el no y el sí disimulaban mi miedo. Confieso ahora que ante tu figura rígida y altiva resultaba yo casi una virgen y digo casi porque con el paso de los días aprendí a disfrutar del erotismo entre tus sueños y los míos, aprendí a beber de lo desconocido para dejarme llevar por esa nueva sensación donde perdía la calidad de ser para hacerme de puro cuerpo, de nuestro cuerpo que se fusionaba en historias de un te amo impreciso, de ilusiones de un sueño de verano; que aunque prolongado por nuestra imaginación tratamos de; no pudo fermentar.
Quedó ahí; en mañanas calurosas y noches de música que acompañaban mis múltiples orgasmos y debo decir que recorrían de los dedos de mis pies a la última nota musical de mi melena. Yo producto del jazz, de tu sinsentido al tomarme me electrificaba a tus deseos.
Entonces cerré los ojos y me dejé llevar por la pieza anónima en la que el oboe y el clavecín fungían de guía para mi olvido. La noche cayó y con ésta las luces de la biblioteca se apagaron.
Al día siguiente los murales se habían disuelto; por las paredes de mi vida no existía más rastro de ti.