martes, 27 de enero de 2009

Locomotora incansable

Una visión invertida del andar nos permite mirar a la urbe como un espacio que resguarda cuerpos inertes. Como simples personajes que se adecuan a la rutina, seres pasivos que caminan por las calles inconscientes del espacio que los “resguarda”.[1]

La urbanización representó la solución inmediata a las necesidades económicas de una sociedad que se veía afectada por el crecimiento en la productividad agrícola y su baja demanda; un desarrollo sin límites; un salto más en la “evolución humana”. Sin embargo dicha evolución ha venido cobrando su precio, y es que el ser humano vulnerable a su proceder, se ha convertido en un artefacto más de la gran ciudad. A nuestro alrededor todo parece mantenerse en movimiento; las luces de los semáforos, las ruedas de los autobuses, o el abrir y cerrar de las puertas en el metro; nuestros pasos empero , permanecen estáticos, nuestros pensamientos alienados; y los habitantes de las grandes ciudades entran en un estado de somnolencia.

El humano reposa mientras la ciudad se yergue sobre sus ideales; y es que a todo esto, dónde queda la identidad, a dónde se va la esencia. El individuo deja de ser dueño sí mismo para entregarse a un sistema donde pierde su existencia autónoma, donde la producción de la conciencia, las ideas y las concepciones queda en principio directa e íntimamente ligada con la actividad material y las relaciones materiales de los hombres.[2] .

Es así como en el plano de lo general se disuelve la definición de individuo. Es decir, Yo soy Yo en tanto me encuentro conmigo mismo, sin embargo, el concepto del Yo entre la multitud desaparece; entonces aquella necesidad de comunicación se reduce a un mero intercambio de ambigüedades, nuestro pensar se encuentra seguro mientras permanezca en silencio. Con esto inferimos que esa conexión que demanda la gran ciudad está carente de sentido.

Resulta un hecho que una vez que el hombre hizo intervención en la naturaleza, quebranto su propio ciclo.

El exceso de elementos urbanos como imágenes, sonidos y aromas transforma la condición del ser humano. El individuo ahora, es un ser capaz de jugar con su sistema perceptivo, acelerándolo a velocidades desquiciantes para adaptarlo a su entorno. Las emociones se convulsionan ante la realidad del hombre que no puede detenerse y es que la ciudad es una locomotora incansable, que no permite hacer paradas. En cambio cada día parece tener más necesidades. La vida en la urbe exige celeridad, un requisito que sólo puede cumplirse cuando dejas de ser parte de ti mismo y te entregas a ese modus operandi.

La urbe es entonces materia y sus habitantes aquellas partículas que la componen, productores de razón pero al mismo tiempo generadores de caos. La fórmula se descompone, la ciudad se mantiene viva mientras la humanidad reposa por tiempo indefinido.

El hombre hizo uso de su imaginación para mejorar su calidad de vida, lo que nunca imaginó fue que un día aquella creación, tomaría el control y nos orillaría a ceder nuestra esencia.

Por ello en los próximos años, sería conveniente que antes de actuar con la intención de medrar nuestro estado, recordáramos la valiosísima tercera ley de Newton.

A toda acción corresponde una reacción en igual magnitud y dirección pero de sentido opuesto.
Tercera ley de Newton.


[1] Forma agradable de decir nos consume
2 Marx –Engels, Ideología alemana: Tesis sobre Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
Ed. Cultura popular México 1975 pág. 36