Sintió su pie punzar, no comprendía aquel dolor. Agachó su mirada y se aterrorizó con la sangre que resbalaba, miró un punto negro, pellizco con dos dedos y logró extraer la espina que le provocaba aquellas nauseas. Recordó entonces aquel camino de rosas blancas y la figura que lo esperaba al final, era por mucho la mujer más encantadora que hubiese mirado.
Ella lo llamaba, a señas le pedía que se acercara, el sin dudar atravesó el puente, sin importarle la desnudez de su cuerpo, ni la posible caída si es que tropezaba con alguna piedra. Pero los pasos se convertían en retrocesos, era un andador interminable en el que la figura de la mujer se veía cada vez más lejana, cada vez más difusa e inalcanzable. Lo mantenía en movimiento una voz, un delicado canto de sirena que lo invitaba a poseerla.
De pronto el cielo se puso negro y la voz fue silenciada por una tormenta, no había refugio contra aquella lluvia ácido, combinación exótica entre ésta y la calidez de su cuerpo listo para penetrarla. Ya sólo le quedaba el deseo pero resultaba suficiente para adentrarse al mismísimo infierno, cerró los ojos para por segundos mirarla pero los párpados se le pusieron pesados, sus pies habían perdido fortaleza y resbalaron, en estado inconsciente fue cayendo, creyó haberla alcanzado. Pero únicamente caía y cuando tocó tierra sintió un terrible mareo que lo llevó al vómito y de éste a la agonía. Se sintió punzar, levantó la mirada y se percató de que aquella grieta en la planta de su pie más que aterrorizarlo, lo extasiaba…
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